El Viejo Roble

El Viejo Roble

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Durante más de trescientos años, el viejo roble había formado parte del paisaje. Sus frutos habían alimentado a las curiosas ardillas y a pequeños ratoncillos de campo.

En sus ramas habían anidado tórtolas, lechuzas y gorriones. Bajo su centenaria sombra se habían resguardado a pastores y ganado por igual. Cerca, un manantial de aguas limpias y frescas formaba pequeños estanques a la sombra del roble. Aquel lugar era punto de encuentro para jóvenes enamorados que se achuchaban bajo las estrellas. En los meses de verano, las familias organizaban fiestas y bailes a la luz de la luna.


A finales de verano, un hombre de viaje por la zona hizo una breve parada en aquel lugar para descansar del sofocante calor. Observó cómo la gente pasaba la jornada en aquel paraje. De regreso a la ciudad pensó lo interesante que sería hacerse con aquellos terrenos. Eran ideales para construir un moderno lugar de “encuentros sociales”. Tendría mucho éxito entre sus conocidos; empresarios, políticos, pudientes hombres de negocios. Allí podrían llevar a cabo reuniones sociales y de negocios, fuera del estrés de las oficinas.

Meses más tarde, un grupo de operario, armados con amenazantes herramientas y una enorme excavadora, llegaron al singular paraje. En pocas horas el lugar se cubrió de polvo y ruido. Se construyó un vallado perimetral y se arrancaron todo tipo de vegetación. Antes de la llegada del atardecer, la excavadora dirigió su pala contra el majestuoso árbol. Lo golpeó insistentemente una y otra vez. El rugido del motor amortiguo el llanto del viejo roble que dejó de resistirse. Finalmente cayó abatido mostrando sus raíces y dejando una enorme cicatriz en la tierra.

Pasaron tres semanas de ruido, camiones retirando maderas y piedras hasta que los trabajos de construcción finalizaran. Donde antes había un roble, ahora se había construido una caseta de madera a modo bar. A su alrededor se habían distribuidor sombrillas de brezo con mesas altas y sofás construidos de pales de madera a modo de chill out. Con la marcha de los operarios y la máquina, el silencio se apoderó del lugar.

Pocos días antes de la inauguración, una fuerte tormenta hizo su aparición encontrando el lugar desprotegido. En minutos, el viento hizo volar las sombrillas. El agua arrastró los sofás haciéndolos desaparecer en un torrente de barro y agua. El tejado del bar perdió parte de su tejado y su interior quedó cubierto de barro y lodo. Los daños fueran tantos la inauguración se tuvo que aplazar, indefinidamente.

Pasaron los meses y pasaron los años. Lentamente las heridas fueron cerrándose. Algunas bellotas del viejo roble fueron abriéndose camino. Crecieron mirando al cielo que les dio luz y agua para crecer. Poco a poco crecieron mientras escuchaban el susurro del agua correr. Años más tarde, aquellos robles se convirtieron en grandes árboles. Su tamaño y belleza se asemejaba al de su orgulloso antecesor.


Y así durante cientos de años, aquellos robles alimentaron a curiosas ardillas y pequeños ratoncillos de campo. En sus ramas volvieron a anidar tórtola, lechuzas y gorriones. Bajo su sombra se resguardaron, nuevamente, pastores y ganado por igual.

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